La sesión de investidura no ha sido tan inútil: ha servido
como primera vez, necesaria para soltar tensiones y poder ir todos más
suaves la próxima.

Marta Jara
Vaya desperdicio de
investidura, dicen muchos: no ha servido para nada, estamos donde
estábamos, nadie se mueve un milímetro y volvemos a la casilla de
salida. Los líderes han ido a la investidura para nada, y vuelven a casa
con las manos vacías, sin nada que ofrecer a los suyos, si acaso una
camiseta de recuerdo de esas graciosas. Una pérdida de tiempo que deja
sensación de bloqueo, atasco, parálisis, de cabeza al 26J.
Pero igual no ha sido tan inútil, quizás ha cumplido su
función, aunque no sea la que esperábamos. El debate de investidura de
esta semana se entiende mejor si lo vemos en clave cronológica: ha sido
el primer pleno de la nueva legislatura. O dicho de otro modo: la
primera oportunidad que los líderes han tenido para subir a la tribuna y
hablar. Si descontamos aquella entretenida sesión inaugural en que
todos juraron y prometieron, la de este miércoles fue la primera vez que
los recién llegados se presentaban en el hemiciclo; pero también la
primera vez que los veteranos mostraban al mundo que seguían vivos tras
el terremoto del 20D.
Porque aunque todos llevan dos
meses acampados en el Congreso, y los hemos visto día sí y día también
hacer declaraciones y ruedas de prensa, nada que ver con ese momento en
que por primera vez subes los escaloncitos, saludas al presidente del
Congreso, bebes un sorbito de agua, estiras los papeles en el atril,
miras al frente a los 349 diputados pendientes de ti, más las tribunas
de invitados repletas y los millones de espectadores en sus casas, y
empiezas a hablar.
Por eso la no investidura de
Sánchez ha salido como ha salido, tan bronca, tan espectacular, tan
histórica y tan inútil: por la tensión liberada de toda primera vez, por
la necesidad de marcar territorio en tu primer día de clase, por lo
mucho que cada uno traía de casa y llevaba meses esperando soltar en
cuanto agarrase la tribuna.
Y eso hicieron, al menos
los cuatro gallos mayores: hablar para los suyos, sacar músculo, tirar
de repertorio, ajustar cuentas pendientes desde la campaña electoral o
desde mucho antes, reencontrarse con su despistado electorado, y enseñar
el perfil que piensan mostrar esta legislatura. Rajoy quiso despedirse
de su gente con la cabeza alta, Sánchez puso cara de presidente para
quienes le mueven el sillón, Iglesias recordó a los suyos que sigue
siendo el rey, y Rivera reivindicó todo el protagonismo que el 20D le
negó.
Ya verán como este viernes, en el segundo
intento, vienen todos más suaves, después del desahogo general del
miércoles. Hoy ya vendrán gritados de casa, y con sus seguidores
reconfortados, así que podrán dedicarse a reconstruir puentes, tender
manos, pedir responsabilidad y citarse para la semana que viene.
Sánchez, que se irá de la investidura como llegó, sin haber conseguido
ni un solo apoyo o abstención, se consuela diciendo que lo suyo ha sido
un gesto de responsabilidad para desatascar el bloqueo institucional y
que todo se ponga en marcha, incluido el reloj. Y hay que reconocérselo:
hacía falta ese primer pleno loco y sordo para que la próxima vez que
todos suban a la tribuna puedan hablar de pactos, de políticas, de
medidas urgentes, de reformas necesarias, de Europa incluso, de todas
esas cosillas que esta semana se quedaron fuera porque todos traían
mucho calentón de casa.
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