
EFE
Menos mal que Europa no llegó a
expulsar a Grecia cuando la crisis de deuda, porque de haberlo hecho, a
ver dónde íbamos a montar ahora un gran campo de refugiados en
territorio europeo, ese del que algunos hablan ya sin disimulo. ¿Se les
ocurre algún sitio mejor para hacinar a decenas de miles de refugiados durante tiempo indefinido?
Ninguno como Grecia, que reúne todas las condiciones
para ser el nuevo patio trasero de Europa: está en la periferia, es
pobre y tiene la soberanía limitada. Ofrece además un paisaje
socialmente devastado, lo más parecido que tenemos en Europa a un país
en guerra, para que los refugiados se aclimaten poco a poco. Ah, y un
atractivo más: es un rincón que importa poco a los europeos, que eso
también cuenta, para que no nos amarguen la cena viendo escenas
terribles en el telediario: por todas esas familias sirias o afganas
sentimos la misma compasión que en su día por los propios ciudadanos
griegos. Esa es otra ventaja que tiene Grecia para convertirse en campo
de refugiados: la desconexión sentimental que ya hizo el resto de Europa
con la suerte del país.
De paso, al habilitarlo como
campo de refugiados, le damos alguna utilidad a Grecia, un país con el
que ya no sabíamos que hacer, convertido en una carga, que nos costaba
dinero y no nos daba más que disgustos. Ahora ya le hemos encontrado
utilidad: ser el tapón de los refugiados, una vez cerrada la frontera balcánica; acoger a todos los que queden allí atrapados y los que vengan detrás.
Ah, espera, que no: que dicen que los van a devolver a Turquía a
cambio de refugiados “legales”. Sí, seguro. Aparte del impresentable
mercadeo con las vidas de tantas mujeres y hombres, si el acuerdo con
Turquía se aplica al mismo ritmo que el acuerdo de reparto del pasado
septiembre (800 reubicados, de los 160.000 prometidos), ya pueden los
griegos empezar a montar tiendas de campaña, que va para largo.
De hecho, deberían alegrarse los griegos: Europa cuenta con ellos otra
vez, les da una oportunidad para contribuir al proyecto europeo y
devolvernos toda la generosa solidaridad que tuvimos con ellos durante
los peores años de la crisis. Es más, ya puestos, yo aprovecharía ese
nuevo patio trasero y metería allí todo lo que moleste en Europa, todo
lo que no sepamos dónde poner. Hoy lo convertimos en “almacén de almas”
(en palabras de Tsipras), pero mañana podría ser almacén de qué se yo,
residuos tóxicos, pisos vacíos, obras de Calatrava o cualquier cosa que
no sepamos dónde poner.
Con Grecia, Europa aplica hoy
el mismo método que hace años, cuando la crisis de deuda: poner
cortafuegos, cerrar fronteras, aislar, dejarles a ellos el problema, y prometer ayuda que luego va con cuentagotas.
Si mañana hubiese en Grecia una epidemia sanitaria o un escape
radioactivo, pueden estar convencidos los griegos de que Europa volvería
a mostrarse igual de solidaria que con los problemas económicos o la
crisis de refugiados: ahí os quedáis, de aquí no pasa.
Y pese a todo, qué admirable comportamiento el de tantos griegos que
estos días reparten comida y ropa a los refugiados, los muchos
voluntarios que están haciendo la vida más fácil a quienes no
quieren vivir en su país y se ven allí recluidos. Bravo por ellos.
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Ay, esos griegos del alma, del diálogo, del gnozi seautón, del alimento como medicina y de la medicina como alimento, de la proporción áurea, el canon de Praxíteles y de la música de las esferas... inventores de tanta vida, de tanta cultura, de tanta belleza y de la democracia...Qué manera de pagarles su contribución a lo mejor y a lo más inteligente y bello que tenemos en el mundo desde hace tres mil años. Y además generosos y solidarios con lo poco que tienen cuando nadie lo es con ellos. Hermosa y dulce Grecia, qué ejemplo de alma grande.
Y gracias, Isaac Rosa; tu artículo es precioso, interesante y serenamente conmovedor, como siempre. Es tu estilo.
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