
Ada Colau, en la inauguración del Barcelona MWC
EFE
Ada Colau antes era
antimonárquica, rechazaba el modelo económico que representa el Mobile
World Congress (MWC), y se ponía del lado de los trabajadores en
cualquier huelga. Pues ahí la tienen: la acabamos de ver saludar amablemente al rey, inaugurar el MWC y sentarse en la silla de la patronal frente a los huelguistas del metro. Y todo en un mismo día. Qué decepción.
Esta es una forma de verlo. Otra puede ser esta:
Ada Colau sigue siendo republicana, todavía rechaza el modelo económico
que representa el MWC, y cada vez que hay una huelga se sigue poniendo
del lado de los trabajadores. Pero como alcaldesa ha tenido que saludar
amablemente al rey, inaugurar el MWC y sentarse en la silla de la
patronal frente a los huelguistas del metro. Y todo en un mismo día. Qué
ejercicio de responsabilidad.
¿Con cuál de las dos
se quedan? ¿Son de los que piensan que Colau traiciona sus principios (y
a sus votantes)? ¿O lo ven como parte de su compromiso con un proyecto
que necesita asumir contradicciones y límites para avanzar? Y quien dice
Colau, dice cualquiera de los “ayuntamientos del cambio”. Las
incoherencias entre el dije digo de ayer y el digo diego de hoy, ¿son
una bajada de pantalones, o el precio a pagar por conseguir cambiar
algunas cosas, no todas? ¿Una muestra de debilidad, o una conciencia de
las propias limitaciones?
Quienes esperaban gobernar
para cambiar sus ciudades, se han encontrado que en los ayuntamientos
hay más de gestionar que de hacer política. De entrada, las competencias
municipales son las que son, y el presupuesto da para lo que da.
Además, si tienes 11 concejales de un pleno de 41 no es que tengas
demasiado margen para proclamar la república, darle la vuelta al modelo
económico o dejar que los trabajadores dirijan en asamblea la empresa
municipal de transporte.
Pero la principal gestión
que te toca es otra: la gestión de la decepción. Si hasta el día de las
elecciones debes ser capaz de gestionar el entusiasmo, desde el minuto
uno de la toma de posesión el contador luminoso de decepcionados empieza
a sumar, y ya no parará hasta final de legislatura. Lo que no significa
que no te vuelvan a votar, que en este país hemos votado hasta con la
nariz tapada.
A los ciudadanos nos toca también
gestionar la decepción, aunque suene a autoayuda y coaching emocional.
Cada uno su cuota. Yo, por ejemplo, soy muy tolerante con la torpeza con
que Ahora Madrid se pisa los cordones o cae en las trampas que le
tienden. Tampoco me espanta que Colau sostenga el pulso a los
trabajadores de Metro. Cada uno en su papel: que la alcaldesa aceptase
sin más las reivindicaciones de los trabajadores me parecería tan
anómalo como que estos renunciasen a las mismas por simpatizar con la
alcaldesa. (Eso sí, me decepcionaría que, asumiendo sus limitaciones, no
explorase estas hasta sus últimas posibilidades. Y escuchando a los
trabajadores, no estoy seguro de que el ayuntamiento de Barcelona lo
estén haciendo).
Más me cuesta gestionar mi decepción
por la lentitud y poquedad con los problemas de vivienda, tema del que
los nuevos ayuntamientos hicieron bandera y seña de identidad, y donde
los resultados son todavía demasiado modestos.
Cada
vez que la decepción enseña las orejas, yo siempre me hago la misma
pregunta: ante un conflicto así, ¿dónde aportaría más Ada Colau (o
cualquier otro alcalde o concejal)? ¿En la calle como activista, o en un
despacho municipal? No es fácil la respuesta.
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Pedazo de reflexión, Isaac Rosa. Y 100% en el centro de la diana. Personalmente experimento el mismo dilema y, a ratos, lo confieso, no estoy muy segura de ninguna de las dos opciones, porque las dos, a la vez, son necesarias mal que nos pese si no queremos destrozarnos por completo o bien a favor del enfrentamiento y la guerra constante que destroza la convivencia y el equilibrio social o bien a favor de la injusticia y las componendas para que todo siga siendo ruina y miseria material para la mayoría de los indefensos y prosperidad y abundancia, pero con miseria moral y delitos flagrantes para la minoría de los filibusteros de la rapiña "legal" institucionalizada por los púnicos, los nóosianos, los gürteleros y los de las taulas variopintas, en su feedback habitual, versión corruptora y corrompida.
A lo mejor es cosa de ir en plan intermitente valorando la responsabilidad y la gravedad de cada reto. Con una sola línea roja: los humanos más pobres y desamparados socialmente, con sus derechos, libertades y garantías, por delante en atención. Todo lo demás, y en función de lo primero, después, a su tiempo y en su lugar.
Mientras tanto, procuraremos, evitando el riesgo de cada día, con ánimo y determinación por un cambio irreversible, que, en lo posible, la decepción no nos gestione a nosotras. A nosotros.
En cuanto al caso de los activistas más rutilantes y cañeros, que llegan a las instituciones del Estado con cargos-estrella, siempre nos quedará la duda de si su activismo no formaba ya parte estratégica de su "carrera" política programada hacia el poder. Todavía no hemos tenido el gusto de conocer a ningún activista actual que para serlo lo haya hecho desde una buena posición laboral, bien remunerada y con caché. De momento los únicos precedentes que tenemos son los catedráticos de Universidad que en los sesenta fueron despojados por el dictador de sus cátedras y condenados al exilio académico y al paro. J. Luis López Aranguren, Agustín García Calvo, Enrique Tierno Galván ySantiago Montero Díaz, más J.M. Valverde y A. Tovar que renunciaron voluntariamente a sus cátedras en solidaridad con los compañeros y como protesta contra el castigo que se les impuso.
Luego están los activistas anónimos que son funcionarios, médicos, maestros, etc, que se activan por pura solidaridad generosa y que son represaliados y castigados duramente por su activismo y de los que nunca se habla porque no van de líderes sino desde el heroísmo discreto del servicio solidario al prójimo y no aspiran a ser dirigentes de nada ni a salir en las fotos, sino a formar parte de la pedagogía cívica y ética de la base social. En realidad son ellos y ellas los que de verdad se baten el cobre, junto a las víctimas.Y no suelen aspirar a cargos ni se presentan para ser elegidos. Es la cara A y más noble del activismo. De ellos sí nos podríamos fiar, pero por desgracia para todos, a ellos el poder les repele, como ya comenta Platón en la República. A los sabios que, según él, deberían gobernar para que todo salga lo mejor posible, no les va la marcha del poderío. Y para el poderío ellos serían la ruina. Por eso no hay feeling. Y así tenemos que apañarnos, quieras que no, con la cara gris y enchurretada de la eterna decepción.
En cuanto al caso de los activistas más rutilantes y cañeros, que llegan a las instituciones del Estado con cargos-estrella, siempre nos quedará la duda de si su activismo no formaba ya parte estratégica de su "carrera" política programada hacia el poder. Todavía no hemos tenido el gusto de conocer a ningún activista actual que para serlo lo haya hecho desde una buena posición laboral, bien remunerada y con caché. De momento los únicos precedentes que tenemos son los catedráticos de Universidad que en los sesenta fueron despojados por el dictador de sus cátedras y condenados al exilio académico y al paro. J. Luis López Aranguren, Agustín García Calvo, Enrique Tierno Galván ySantiago Montero Díaz, más J.M. Valverde y A. Tovar que renunciaron voluntariamente a sus cátedras en solidaridad con los compañeros y como protesta contra el castigo que se les impuso.
Luego están los activistas anónimos que son funcionarios, médicos, maestros, etc, que se activan por pura solidaridad generosa y que son represaliados y castigados duramente por su activismo y de los que nunca se habla porque no van de líderes sino desde el heroísmo discreto del servicio solidario al prójimo y no aspiran a ser dirigentes de nada ni a salir en las fotos, sino a formar parte de la pedagogía cívica y ética de la base social. En realidad son ellos y ellas los que de verdad se baten el cobre, junto a las víctimas.Y no suelen aspirar a cargos ni se presentan para ser elegidos. Es la cara A y más noble del activismo. De ellos sí nos podríamos fiar, pero por desgracia para todos, a ellos el poder les repele, como ya comenta Platón en la República. A los sabios que, según él, deberían gobernar para que todo salga lo mejor posible, no les va la marcha del poderío. Y para el poderío ellos serían la ruina. Por eso no hay feeling. Y así tenemos que apañarnos, quieras que no, con la cara gris y enchurretada de la eterna decepción.
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