Ya ha empezado la fiesta. Hace casi diez años lo que
empezó fue una de las tragedias más gordas que le han sucedido a este
país desde hace siglos. A este país, a la gente que se quedó en los
subterráneos mezclada con chatarra, a la verdad. El 3 de julio de 2006
se empotraron los vagones del Metro en una curva del barrio valenciano
de Patraix y se quedaron, entre el polvo y la oscuridad, cuarenta y tres
cadáveres y cuarenta y siete personas heridas que todavía hoy duermen
medio sueño apenas normal y el otro medio rumiando pesadillas. Ese mismo
día estaba por aquí el Papa. Y existía Canal 9. Y las autoridades
gobernantes del PP se volcaron en la fanfarria de la visita
aristocrática dejando que el accidente fuera sólo una pizca de realidad
apenas perceptible. Lo escondieron con la desmesurada propensión al
cinismo que siempre demostraron, y tanta muerte y tanto horror fue un
fundido en negro en la pantalla de una televisión que la gente de bien
no se merecía. Y lo que fue aún peor: luego sabríamos que unos cuantos
desalmados de ese grupo de facinerosos se habían forrado con los
contratos de los medios técnicos puestos a disposición del Papa y su
feligresía para la retransmisión de su espectáculo.
Después de que su fiesta acabó, abrieron una Comisión de Investigación
para averiguar las causas del accidente. Esa Comisión de Investigación
duró cuatro días y fue una burla insoportable. Los testigos eran de los
suyos, estaban aleccionados sobre lo que tenían que contestar a las
preguntas de los interrogadores. Todo estaba preparado de antemano: las
preguntas y las respuestas. Desde entonces, todo el PP ha dicho lo
mismo: fue el conductor el único responsable, el exceso de velocidad
hizo que los vagones se estrellaran en la curva fatídica. Y punto. A
otra cosa, mariposa. Que se jodan los muertos (más aún, qué sarcasmo),
los heridos, las familias y amigos que no acababan de levantarse del
dolor y de la tomadura de pelo. Ése fue su mantra: no hay más
responsabilidades, ni técnicas, ni políticas, ni de ninguna clase. En la
otra parte no parábamos de preguntarnos por la seguridad, por las
condiciones de los vagones, por la solvencia de las instalaciones en el
túnel oscuro donde de repente el mundo se convirtió en un campo de
batalla donde paradójicamente sólo luchaban los vencidos.
Pero nada importaba, sólo la mecánica repetición de sus
conclusiones: todo estaba bien, la seguridad era perfecta, el conductor
se embaló por los motivos que fuere: y fin del relato. La Comisión de
Investigación abundaba en lo mismo. Todos ellos eran lo mismo: una
vergonzosa retahíla de complicidades a destajo. Ahí siempre, cabezones
ellos, repitiendo como los conejitos de Duracel los movimientos
mecánicos de la depravación. Lo decía Juan Gelman, que tanto supo de ese
tipo de fingimiento trágico: “cualquier persistencia es ocio, o
consecuencia haragana, u olvido”. La persistencia, la suya, la de esos
individuos que se miraban y se siguen mirando en el espejo de su
atrabiliaria complacencia. Pero aparte de aquella ridícula Comisión de
Investigación, hubo algo más en aquellos días y en los años que
siguieron: ni el presidente Camps ni el que heredó el cargo, Alberto
Fabra, recibieron nunca -salvo para un par de encerronas- a la
Asociación de Víctimas. Nunca tuvieron para esa gente llena de dolor la
más mínima palabra de ánimo o algún sentimiento parecido. Nunca un “lo
siento” ni nada que se le pareciera. Sólo el desprecio. Durante nueve
años ha habido en la Plaza de la Virgen, a las puertas de la Catedral,
una pancarta con un sólo eslogan: la memoria del horror. Pero no para
vivirlo de nuevo (aunque eso fuera inevitable) sino para exigir justicia
y verdad al relato del gobierno del PP y los presuntos responsables
técnicos del accidente. También ésa era una persistencia, pero una
persistencia hermosa, ejemplo de dignidad, de amor por quienes ya no
estaban porque se habían quedado aquella mañana en el túnel de Patraix
pero nunca en el olvido.
La exigencia de otra
Comisión de Investigación también era uno de los eslóganes más repetidos
en las concentraciones de la memoria. Nunca faltaron ahí caras
conocidas de los tres partidos entonces en la oposición: Compromís, PSPV
y EUPV. Sin que faltaran tampoco quienes luego añadirían Podemos al
tablero del juego político. Los mismos cuatro, pues, que prometieron que
si un día gobernaban lo primero que harían sería abrir una Comisión de
Investigación que empezara de nuevo los trámites para buscar no una
conclusión cerrada de lo sucedido sino totalmente abierta, que era la
única manera de alcanzar alguna mínima dimensión de la verdad. La
verdad, palabra mágica, tan maltratada por quienes han hecho de la
mentira su razón de gobernar. Ya ha iniciado sus trabajos esa Comisión
de Investigación. Fue lo primero que hizo el nuevo gobierno de la
Generalitat. Cumplió a rajatabla lo que había venido prometiendo durante
esos dolorosos nueve años de concentraciones públicas en el centro de
Valencia. Ya han pasado por las preguntas de esa Comisión varios
responsables políticos de signo diverso. Aún pasarán caras más
conocidas, entre ellas las de Camps, Cotino y esperamos que todas
aquellas que se han pasado todo este tiempo en su burbuja de impunidad,
una burbuja que ahora explota y los deja al descubierto con el sólo
equipaje de su cinismo y su manera tan terrible de confundir aposta el
poder absoluto con la generosidad, la cercanía afectiva con el
sufrimiento de los otros y la justicia.
Uno de los
que ya han declarado ante la Comisión es Serafín Castellano, ex miembro
de los sucesivos gobiernos del PP y ahora imputado en supuestos delitos
de prevaricación, malversación y cohecho cometidos mientras ostentaba
esa responsabilidad política. Sus palabras, que acabo de leer en eldiario.es,
ponen los pelos de punta: “No se podía demorar la transmisión de la
verdad a los ciudadanos dada la gravedad de lo sucedido y al necesidad
de dar respuestas sobre la seguridad del Metro”. La verdad. Habla de la
verdad ese individuo y se queda tan ancho. El timo de su partido a la
hora de acercarse a lo que pasó aquel fatídico día inolvidable. La burla
de sus mandamases con sus misas papales y sus fiestas del oprobio. Sus
mentiras que han durado casi nueve años. Ahora ha comenzado la fiesta de
la posible verdad. Ojalá la Comisión de Investigación que estos días
comienza sus sesiones nos traiga cuando sea la verdad que venimos
reclamando. Pero hay algo seguro hasta entonces: la esperanza en que esa
verdad llegará tarde o temprano ya no nos la quita nadie. Absolutamente
nadie.
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