En mi pesadilla, nuestro gobernante máximo del Mínimo
Esfuerzo se encuentra, o encontraría, en su postura habitual, es decir,
sentado al pescante de su indiferencia hacia este país
Tiene este joven y bravo diario la sana costumbre de proponer una porra electoral en
la que pueden participar socios, lectores, redactores, colaboradores y
pueblo llano en general. Tal como pintan las encuestas, cada una muy a
su bola según las antipatías, me parece a mí que una porra supone una
posibilidad de juerga y cachondeo, que es lo que vamos a necesitar,
dependiendo de los resultados.
Esta columnista no va a
participar. Y os lo explico. Soy maníaco-depresiva, en cuanto a
pronósticos, y además sumamente porrasupersticiosa, lo cual quiere decir
que, si saliera lo que yo temo -ni me atrevo a nombrarlo- me sentiría
culpable, durante el resto de mis vidas, por contabilizar unos orgullos
de ganatriz basados en la mala suerte de muchos de nosotros, incluido mi
propio ser. Me da miedo acertar en mis funestas predicciones. Y nunca
como en las cercanías temporales de las elecciones se me acercan tanto
los heraldos negros, y más que nunca en esta ocasión tan malévolamente
escogida para que se nos amarguen la lotería, la Navidad y hasta el
Niño.
Ahora mismo soy víctima de una alucinación personal que
espero no se convierta en colectiva, aunque al contarla sí aspiro a
socializarla y que pierda vigor y se diluya. En mi pesadilla, nuestro
gobernante máximo del Mínimo Esfuerzo se encuentra, o encontraría, en su
postura habitual, es decir, sentado al pescante de su indiferencia
hacia este país, como un personaje de Chejov que se hubiera extraviado
en una peli de Garci: pálido, casi políticamente muerto, pero con los
ojos abiertos, fijos y brillantes, una mirada de ilusión en cristal
esmerilado, tras las empañadas. Ello es que irrumpe en el íncubo uno de
sus lacayos, el cual, tapándose la nariz con un pañuelo de hierbas (no
sé qué es, pero deseaba escribirlo en algún sitio: un pañuelo de
hierbas, quizá ortigas) se dirige hacia el prohombre y le sacude,
tomándole por el codo. El insigne no se mueve, y su propio, sin
alarmarse, le aplica el tratamiento número dos habitual: le iza,
doblado, rígido, en forma de cuatro, y vuela con él hacia el territorio
Vetusta Nacional, en donde le esperan sus votantes para celebrar con una
partida de dominó su nuevo éxito en las elecciones. En ese decorado
sólo mejorable por Martínez Soria, el personaje se acomoda la
entrepierna, agradecido a la llama renovada del brasero en el que
ardemos los españoles.
En esas me despierto y
comprendo que tengo una misión, consistente en romper el maleficio y
escribir muchas veces en todo inconsciente que se me ponga por delante:
“La verdad flota sobre el error como el aceite sobre el agua. El que la
hace la paga”. Y así hasta que el infinito se llene de justicia.
Hacedme caso y apuntaos a la porra,
divulgadla. Cuantos más seáis galopando hacia el futuro sobre corceles
blancos, más posibilidad de desengancharnos del coche, del pescante y de
su cochero.
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Maruja, comparto al pleno!
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