Mientras en el Partido Popular todo es silencio y
disciplina y hasta los ministros deben rondar por los pasillos
sollozando que "es muy triste de pedir, pero más triste es de robar"
para hacerse un hueco en las listas, los alegres muchachos de la
oposición se han empeñado en que no pare el espectáculo. No pasa un día
sin su afán. El Gobierno se dedica a contarnos una películas de terror
con la economía y Catalunya y la oposición a montar circos de tres
pistas para salir en las noticias. Esto es la gloria. Lo vamos a pasar
de muerte hasta el 20D.
Con ese poder omnímodo en su
partido que nadie le reconoce, pero él posee y ejerce, Mariano Rajoy se
ha dedicado a remendar sus listas electorales como si fuera a ganar o
perder las elecciones por poco y necesitara asegurar un grupo
parlamentario donde solo caben marianistas fieles y supervivientes que
sepan adaptarse. El proceso de elaboración de las listas del PP han sido
como un remake del camarote de los hermanos Marx donde la puerta solo
la puede abrir el propio Rajoy.
Sus competidores electorales parecen andar
confeccionando sus listas convencidos de ir a ganar por mayoría
absoluta, como si pudieran permitirse toda clase de experimentos que
mejor debieran hacerse con gaseosa.
En el PSOE su
rutilante nueva incorporación, Irene Lozano, parece haber pasado a la
clandestinidad mientras Susana Díaz se empeña en seguir ejecutándole la
danza de la lluvia a Pedro Sánchez. Si Rajoy llega a convocarla también
para jugar a las casitas en la Moncloa, habría ganado su corazón para
siempre.
Antes de acabar con el inevitable trágico
final, la unidad de la izquierda ha logrado batir en duración e
intensidad a cualquier culebrón venezolano.
El
fichaje del general Julio Rodríguez resuena como una noticia más para
los no votantes que para los votantes de Podemos. Recuerda un poco al
abuelo yonki de "Little miss sunshine": hay cosas que es inteligente
probar de viejo pero resulta estúpido intentar de joven. El cabreo de
unos y otros lo prueba. Aunque puede que no lo parezca ahora, después de
las elecciones les dejará mucho más cerca del PSOE. La estrategia
siempre acaba uniendo aquello que el amor no ha podido.
Ciudadanos cada día va dejando más claro su programa. Hay que
reconocérselo. Quienes les critican por ambiguos se equivocan y se
muestran injustos. La propuesta de Ciudadanos no puede resultar más
clara: la política española se arregla despolitizándola. No hay problema
que no pueda arreglarse, desde la situación económica a la
independencia judicial, despolitizándolo primero y poniendo luego al
frente de todo y con todo el poder a alguien lo más parecido posible a
Albert Rivera.
Hemos llegado al origen de todo
adanismo. El partido no debería llamarse "Ciudadanos" en plural, sino
"ciudadano" en singular. El problema de España se arregla con veinte
como Albert Rivera, puede que incluso nos apañásemos con uno. Pocas
cosas más tristes que ver a un político afirmando que la solución
consiste en despolitizar. Es como ver a un médico sostener que las
pastillas de aleta de tiburón curan el cáncer.
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