Memoria selectiva... electiva

 
 


Hay olvidos imposibles
y olvidos imprescindibles.

Nunca se puede olvidar
la bondad y la ternura
la belleza que nos mira
el abrazo que nos cura
ni la gracia generosa
que nos regala la vida
cuando una mano de luz
o una palabra certera
nuestras tinieblas disipan
sin pedirnos nada a cambio
sin pretender usurpar
el aire que se respira
el espacio que se ocupa
ni la libertad que guarda
la fuerza del albedrío
en la alacena del alma

Pero se borra muy pronto
y sin apenas dudar
sin hacer esfuerzo alguno
el daño que sin sentido
se empeña en perpetuar
la pretensión del absurdo
al no admitir el olvido

Precisamente el amor
es el que mejor olvida
y solamente el rencor
con su rutina instintiva
se empeña en mantener viva
la lacra de la obsesión

Existen dos  medicinas
para sanar la cuestión:
el bálsamo del perdón
y la memoria que olvida
los abusos, las mentiras,
la miseria, la avaricia,
el rol de la prepotencia,
el miedo , la cobardía
y el nombre del pecador
pero no olvida jamás
las causas de la aflicción
por poderlas evitar
y no volver nunca más
a la misma situación.

No es el olvido virtud
sino un recurso normal
que nos nace del amor
igual que el metabolismo
elimina lo que estorba
y asimila en lo vivido
la savia de lo mejor
sin nadar en amarguras
ni males ni frustración
sino como la aventura
de la propia evolución,
la llave del crecimiento
ese hermoso reciclado
que convierte en bendición
hasta lo más degradado
y así borra los prejuicios
y transmuta en alegría
y en gozoso beneficio
la aspereza y la acedía. 

No te prives de olvidar
eso que no te construye
y procura recordar
la receta magistral
del amor y su bondad
que todo rencor diluye
con su fuerza original
y ese encanto luminoso
llamado felicidad
que nada puede quitarnos
y nadie nos puede dar
y que brota silencioso
del manantial infinito
escondido en lo más sabio
de nuestra simplicidad