Confieso que me importan un comino
los progresos que pueda hacer tal ciencia
que no atina siquiera a ser humana
que utiliza la fuerza de su ingenio
sólo para medrar y enriquecerse
a costa del dolor y del olvido.
Me pregunto qué quedará en el fondo
de tanta inteligencia y tanto empaque
de tanta prisa por la aceleración
por tanta dramaturgia inoculada
por tanta vida muerta que se vende
en este mercadillo de inmundicias
donde todo caduca
sin miramiento alguno
y sin piedad de tiempo o de geranio
Y resulta que no responde nadie.
La urgencia es poseer , ganar,
mentir, fingir, urdir,
vender y comprar todo, pelear
por el mismo placer de la pelea
para por fin hastiarse y volver a empezar
como si nada hubiera sucedido
a retomar un alma de repuesto ya vendida
en plazos temporales y precarios
andrajosa y enferma, derrotada.
Un alma que no es alma sino burla,
sombra plana y fugaz,
desportillada. Repartida en los twits
y en las proclamas de breve inanidad.
Cosida a la costumbre del vacío
y al hilo inconsistente de la nada.
Sólo queda el murmullo del silencio
en el patio interior. Quien quiera
escuche. Y quien no, calle.
La danza en la quietud
es movimiento a penas perceptible
y nace dentro
donde la luz convoca su palabra
sin contrato ni fecha convenida
porque sí, porque quiere
y no puede evitar ser luminosa
mientras se va la noche
ni el canto del jilguero en esa rama
simple y tal cual, con toque de haiku
pero a su aire,
como orégano fresco en el mortero
baja el abrazo quieto de la tarde
y es como una sorpresa que se alarga
entre la barandilla y la ropa tendida
en la cuerda de un junio imprevisible
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