sábado, 12 de enero de 2019

Cosas bonitas y sanas

Anoche en La Sexta Columna y por primera vez desde hace mogollón, vino a sorprendernos divinamente un programa dedicado a los barrios como esencia de la conciencia ciudadana. Ojalá ese modo de profundizar en valores más que en anécdotas y latiguillos, "patrocinados" por el tinglado gerifalte, fuese la esencia de las cadenas de tv, de los periódicos y las radios.
¿Qué mejor orientación que la de la conciencia colectiva y su inteligencia atenta a todas las bandas? ¿Qué mayor garantía de acierto que la expresión práctica de la vida diaria como guía para el camino de la sociedad en común?

No son las ideologías las que mueven el mundo a mejor y hacen posible la organización más justa y adecuada a cada momento de la historia, sino los seres humanos directamente implicados por medio de la ética y la empatía en la realidad tangible, los únicos que pueden hacer digna y respetable cada ideología, cada iniciativa sociopolítica. Un sistema de pensamiento y de propuestas sociales solo sirve a las comunidades humanas si nace de la conciencia y la experiencia compartidas sanamente desde dentro del SER. Sin fjgir, sin venderse, sin imitar lo que no se ha comprendido solo porque muchos lo admiten. Dejando el ego en el trastero y abriendo la inteligencia colectiva a la esperanza y la creatividad. 
Barrios marginales como lo fueron y algunos aun lo son, Orcasitas, El Pozo de Tío Raimundo, Entrevías, Vallecas, La Mina, El Cabañal, Las Seiscientas Trece de Burjassot, Velluters o La Coma de Valencia, Los Pajaritos, han ido albergando proyectos nacidos de la iniciativa popular, no del "populismo", -todos los 'ismos' están contaminados de un afán de poder proselitista que acaba ineludiblemente en corrupción y deformidad, en dogmatismo, rupturas  y apegos insanos de pertenencia rígida y empobrecedora, que acaba nutriéndose de enfrentamientos, banderas, símbolos, fanatismos hooligans  y papanateces varias que impiden seguir el camino de la lucidez y del bien común, que terminan por dividir y enfrentar en vez de armonizar respetando sabiamente la diversidad y no imponiendo uniformidades por miedo y falta de confianza en los proyectos y en la valía de los individuos y los grupos.

Anoche se podía comprobar en el relato tomado del acontecer, y no de la narrativa,  que todos los movimientos cívicos que han conseguido levantar un barrio de lo inhabitable a la habitabilidad digna, se han apoyado durante años y años, en la convivencia solidaria, en una toma de conciencia contagiosa por ser verdad experimentada no porque nos lo han contado en una película ni en una novela o en el teatro, que aunque sean obras geniales e inspiradoras, nunca tendrán la fuerza de la acción directa sobre la marcha, del valor compartido, del acierto colectivo, del gozo profundo que nace de experimentar la eficacia del bien común y organizado en la práctica compartida.

 Sólo hay que conocer los colectivos barriales en directo para enamorarse de ellos. La EKO de Carabanchel. La energía de Gamonal. Los pueblecitos catalanes de las montañas, allí, aislados en apriencia pero abiertos al mundo desde el corazón de la tierra: Organyá, Bellpuig, Preixana, Ponts, Prades, Siurana... Las asociaciones de Ruzafa o de Patraix o Benimaclet, del barri de Gracia,  de todo tipo: solidarias, culturales, sectoriales, agrícolas y gastronómicas, técnicas, de acompañamiento, musicales...de intercambio de enseres, de ropa, de libros de habilidades, de tiempo, de cuidados, de conocimientos,  de información de primera mano, de ideas, de cariño...Es la base de la vida civil y no puede ser sustituida por ningún lavado de cerebro pseudopolítico. 

Mi sentido del compromiso colectivo, -tras el ejemplo vivo de mis abuelos maternos-,  mi alma socialista, marxista y libertaria me viene ya en la adultez entre los 20 y los 30, y en plena crianza de hijos y familia, de una parroquia como las que ayer mostró el programa de la Sexta: San Isidro, en Alcalá de Henares, donde tuve el privilegio de descubrir y encajar en común lo que iba descubriendo en solitario al crecer por dentro. Los tres curas eran considerados unos rojos perdidos por mi entorno: una burguesía militarizada (éramos familia de militar) en pleno declive franquista y subsiguiente transición sin acabar de ver con claridad el paso del Rubicón. Compartíamos parroquia todo un pijerío uniformado alucinante con un barrio obrero militante. Era una ocasión única para romper moldes y fronteras ortopédicas. Y así fue. No se podía dividir lo que nos era dado como unido por la misma vida. El golpe de estado y la pobreza, las huelgas y las asambleas obreras en la parroquia medio en ruinas y llena de goteras que lloraban a cántaros con la lluvia huyendo en barreños y cubos de plástico del techo al suelo, del cielo a la tierra, los actos de perdón colectivos y sin secretismos, los palos de la policía, el miedo y la libertad. Tarancón al paredón, el rey por narices. El comunismo-socialismo emboscado, menos para Marcelino Camacho y Nicolás Redondo que en la cárcel habían perdido el miedo a los fantasmas, el respeto a las ñoñeces acomodaticias y los prejuicios. Los relatos orquestados y la vida como un torrente de energía que salta libremente entre los seres humanos que eligen seguirla o rechazarla...A mí me enganchó para siempre y cuando vinimos destinados a Valencia, siguió en la onda. Y nunca me ha dejado al margen ni yo a ella.

En fin, que anoche La Sexta me permitió mirarla de otro modo, en un tiempo de trastorno surrealista, menos florentinianamente, con menos Ibex35 de por medio, al menos en apariencia.
A ver si dura. Ojalá.

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